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Autoras del Blog: Esther, Jennifer, María y Eli

lunes, 4 de junio de 2012

Ted Bundy, Fish el abuelo, Pedro Alonso López, Ed Gein, Jeffrey Dahmer, Fred y Rose West y Henry Lee Lucas.



TED BUNDY:

Ted Bundy era un hombre inteligente y atractivo. El 24 de enero de 1989 fue ejecutado en la silla eléctrica era su castigo por haber matado sádicamente a más de 30 mujeres.
Porque Bundy, nacido en 1946 y antiguo boy scout, no encajaba en el perfil macabro del psicópata. Licenciado Psicología, se había involucrado en política y se le consideraba como una joven promesa del Partido Republicano. Bundy era además un ‘gentilhomme charmant’, un joven guapo y jovial con facilidad de palabra. Aquella máscara escondía a un monstruo despiadado.
Para cometer sus crímenes, Bundy apelaba a la bondad de sus víctimas. Paseaba por los campus universitarios con muletas o con el brazo en cabestrillo, y dejaba que sus libros se cayeran al suelo a la vista de alguna chica. Ellas no podían negarle ayuda a un sujeto que inspiraba confianza y ternura, y le acompañaban hasta su coche. Entonces Bundy las golpeaba con una palanca e iniciaba la pesadilla.
Las autoridades policiales jamás pudieron determinar el número exacto de mujeres que sucumbieron a las atrocidades de Bundy en los 70. Ese secreto se lo llevó a la tumba, aunque confesó cerca de treinta asesinatos. 
Los expedientes de aquellos casos evidenciaban escabrosas violaciones, descuartizamientos y prácticas necrófilas. Cuando todavía vivía en Washington, Bundy se deshacía de los cadáveres en los frondosos bosques a las afueras de Seattle. Sin embargo, regresaba a la escena del crimen con frecuencia enfermiza. Pudo comprobarse que en ocasiones se llevaba a casa cabezas decapitadas para aplicarles maquillaje.
En el verano de 1975, la policía lo detuvo por conducción errática. Registraron su vehículo y se encontraron con una cámara de los horrores en el maletero: esposas, pasamontañas, barras de hierro… Y unas facturas de gasolina que lo situaban en los lugares y las fechas en que numerosas chicas habían desaparecido.
La captura definitiva de Bundy fue nuevamente producto de la casualidad. Conducía sin las luces puestas, y atrajo la atención de un agente que logró reducirlo y llevarlo al calabozo, para exasperación de Bundy. “Claro que me enfado”, comentaría en una entrevista televisiva, “Me enfado y me indigno. No me gusta que me encierren por algo que no he hecho. No me gusta que me arrebaten la libertad. No me gusta ser tratado como un animal. No me gusta que la gente me escudriñe como si fuese un bicho raro. Porque no lo soy”.



 FISH, EL ABUELO
Nadie podía haberse imaginado que este hombre de más de 65 años, de rostro demacrado, cuerpo encogido y fatigado, cabello y bigote gris, ojos tímidos podía esconder una personalidad como la que revela su informe psiquiátrico: sadismo, masoquismo, castración y autocastración, exhibicionismo, voyeurismo, pedofilia, homosexualidad,  coprofagia, fetichismo, canibalismo e hiperhedonismo.
Fish nace en 1870. En su familia existen numerosos antecedentes de perturbación mental, empezando por su madre que oye voces por la calle y tiene alucinaciones, dos de sus tíos internados en un psiquiátrico, una hermana demente, un hermano alcohólico, etc.

Desde muy joven se inflige castigos masoquistas automutilándose, hundiéndose agujas de marinero en la pelvis y en los órganos genitales… en una ocasión es sorprendido en su habitación completamente desnudo, masturbándose con una mano y con la otra golpeándose la espalda con un palo del que sobresalen unos clavos.
Una vez detenido por el asesinato de una niña, se confiesa autor de otros muchos crímenes, como el caso de un niño de 4 años al que flageló hasta que la sangre resbalaba por sus piernas, luego le cortó las orejas, la nariz y los ojos, le abrió el vientre y recogió su sangre para bebérsela a continuación, además de desmembrarlo y prepararse un estofado con las partes más tiernas.
También narra la historia de un joven vagabundo al que obligó a realizar toda clase de actos sádicos, masoquistas y coprófagos durante dos semanas, además de cortarle las nalgas en varias ocasiones para beber su sangre. Finalmente intenta cortarle el pene con unas tijeras, pero cambia de opinión al ver el sufrimiento del chico y arrepentido le da diez dólares dejándolo huir.
Ante el psiquiatra explicó que por orden divina se veía obligado a torturar y matar niños, el comérselos le provocaba un éxtasis sexual muy prolongado.
También confesó las emociones que experimentaba al comerse sus propios excrementos, y el obsceno placer que le producía introducirse trozos de algodón empapado en alcohol dentro del recto y prenderles fuego.
Durante el juicio quedó probado que realizó todo tipo de perversiones con más de 100 niños matando además a 15. Se descubrió también su extraño gusto por hacerse daño a sí mismo, uno de sus sistemas favoritos era clavarse agujas alrededor de los genitales. Una radiografía descubrió un total de 29 agujas en el interior de su cuerpo. Cuando se le preguntaba por la cifra exacta, respondía sonriendo: “Por lo menos cien”.Tubo una sorprendente reacción después de ayudar a los guardias a colocarle los electrodos, y se mostró entusiasmado.
“Que alegría morir en la silla eléctrica. Será el último escalofrío. El único que todavía no he experimentado…”


PEDRO ALONSO LÓPEZ

Colombiano (nacido en Tolmia en 1949) fue expulsado de su hogar 
al ser sorprendido por su madre, una prostituta que engendró 13 hijos, 
mientras mantenía relaciones sexuales con una de sus hermanas.
 El era el séptimo hijo.
 Tardó más de un año en llegar a Bogotá, desamparado y famélico,
 sin saber a quién acudir. Un hombre de edad le ofreció casa y comida, 
pero aquello no fue otra cosa que una perversa treta para violarlo. 
Muy duramente iniciaba el aprendizaje de la vida, que no le ahorraría dolores y humillaciones y
 despertaría en él una inextinguible sed de venganza. La funesta experiencia
 le hizo temer a los adultos y anidar un sentimiento de desprotección que
 se acentuó a los 12 años, cuando acudió a una escuela para estudiar y 
el maestro también intentó violarlo.

Desconfió de todo y de todos. Solitario, se hizo ratero; ninguna
 ocupación fija podría despejar las dudas y temores que la más simple
 convivencia despertaba en él. Por cierto, de vez en cuando solía 
suceder que la 
policía le ponía la mano encima y antes de entregarlo al Tribunal de
 Menores agregaba nuevas humillaciones y palizas que crecían en violencia
 junto con su cuerpo. A los 18 años de edad recibió la más concluyente
 prueba de la irracionalidad de ciertas decisiones de la Justicia
.Fue arrestado y condenado a siete años de prisión por robar un automóvil. 
En la cárcel compartió celda con otros cuatro presos, que lo violaron 
reiteradamente en la primera noche de su reclusión. Esa noche se graduó
 en venganza. Ya no era niño para llorar en soledad sus penas y sus miedos. 
Había aprendido otros códigos más eficaces. Sin exteriorizar 
rencor alguno, esperó la llegada de la hora de la venganza. 
No debió esperar demasiado. Robó un cuchillo de la cocina del penal y, 
de noche, mientras sus compañeros de celda dormían profundamente
, los hundió en el sueño más profundo: degolló a los cuatro. 
La Justicia sumó otros dos años a la condena que estaba sirviendo.
Pedro Alonso López pensó que, definitivamente, algo no funcionaba
 bien en la sociedad o que él había vivido equivocado acerca de la
 escala de valores: siete años por robar un automóvil, dos años por
 asesinar a cuatro hombres... Quizá, después de todo, la vida humana 
valiese menos que la mayoría de los bienes materiales de la vida. 
Siempre se aprende algo nuevo. 
En 1978 recobró su libertad y, abandonando Bogotá, se encaminó 
hacia los faldeos occidentales de la cordillera de los Andes. 
Las comunidades andinas, sumidas en un secular desamparo, 
ofrecían amplio campo para el objetivo fundamental de su vida: 
la venganza. 
Allí inició su serie sangrienta, que no tiene parangón en la historia 
del crimen 
en América latina.
Laceradas por la miseria, las comunidades aborígenes eran un
 campo excepcional apto para sus fines, porque los padres, agobiados
 y agotados por la necesidad de proveer al hogar del magro sustento diario, 
dejaban 
abandonados durante largas horas a sus hijos, que vagaban al azar. 
Además, moviéndose por las regiones fronterizas de Colombia,
 Perú y Ecuador, 
López haría más difícil la tarea de las fuerzas policiales; no se equivocó. 
Quienquiera tuviese alguna capacidad de persuasión podía cautivar a una 
pequeña y
 llevarla consigo; difícilmente alguien advirtiese algo anormal en la 
conducta de un adulto que se alejaba llevando de la mano a una criatura. 
En regiones azotadas por la miseria, bastaba a Pedro Alonso López, 
hombre de
 modales suaves, la promesa de un dulce, un juguete o una gaseosa para 
vencer la desconfianza.
Inició en Colombia su terrible ajuste de cuentas, en las aldeas aborígenes
 que trepaban los faldeos de la cordillera. Increíblemente, las 
desapariciones de las menores no suscitaba demasiada inquietud entre los 
aldeanos, pues
 era habitual que los chicos semiabandonados huyeran de sus hogares y 
se marcharan a las ciudades impulsados por la ilusión de una vida menos 
dura. 
Solía suceder que algunas comunidades se movilizaran ante la falta de
 alguna niña, pero él siempre conseguía eludir sospechas. Se sabe
 que al menos en una oportunidad Pedro Alonso fue capturado en Perú,
 adonde se había trasladado para escapar de la acción de la 
Policía de su patria, movilizada por las inexplicables desapariciones de
 decenas de niñas. 
Los indios peruanos lo torturaron durante varias horas porque lo 
sorprendieron cuando intentaba secuestrar a una niña de 9 años. 
La intervención de un misionero protestante le salvó de ser quemado vivo. 
Fue entregado a la Policía que, sin someterlo a interrogatorio,
 lo deportó a Ecuador; al fin de cuentas, se trataba de denuncias 
de indígenas...
Ecuador fue, pues, la tercera etapa de su camino de venganza. 
Obraba siempre con la misma metodología: suaves maneras persuasivas,
 promesas de dulces y juguetes, el traslado de la menor a algún paraje 
desolado, la violación, el asesinato y el entierro del cadáver. Sólo mataba
 de día, 
porque, como confesó al ser definitivamente capturado, le producía e
 máximo placer sexual contemplar cómo la llama de la vida se apagaba 
lentamente en los ojos de sus pequeñas víctimas mientras eran
 estranguladas. 
La serie sangrante en Ecuador concluyó abruptamente en abril de 1980, 
cuando una inundación barrió los suelos de la periferia de Ambato y dejó
 al descubierto varios cadáveres. Apenas unos días más tarde, su intento
 de secuestrar a otra criatura fue frustrado por los gritos de auxilio
 proferidos por una hermanita de la inminente víctima. 
Pedro Alonso López fue capturado por algunos lugareños y entregado a la 
Policía, que vinculó el fallido secuestro con el hallazgo de los cadáveres 
en Ambato.
López mantuvo un inquebrantable mutismo en los interrogatorios, hasta
 que un sagaz detective ideó la forma de hacerlo hablar. Convencieron 
al sacerdote Córdoba Gudiño para que cambiase su hábito por humildes 
vestimentas de paisano y lo encerraron en la misma celda que el presunto
 asesino serial. Un solo día de diálogo bastó al religioso para ganar 
la confianza del colombiano apacible y ver abrirse las puertas del horror: 
con absoluta serenidad, Pedro Alonso López comenzó a narrarle 
algunos de los centenares de crímenes que había perpetrado en 
Colombia,
 Perú y Ecuador. No se trataba del vano alarde de un mitómano, 
porque lo confesó todo a los investigadores. Según sus recuentos,
 había asesinado a unas 110 niñas en Ecuador, un centenar en Colombia
 y más de 100 en Perú. Con alucinante alarde de insensibilidad, 
explicó que le gustaban más las pequeñas ecuatorianas, porque
 eran más inocentes, confiaban más en la palabra de los extraños.
 Como no era fácil para los policías creer en todo lo que les contaba,
 el asesino se ofreció a guiarlos hasta los lugares donde enterraba a
 sus víctimas: en una sola de las tumbas colectivas fueron encontrados 
los cadáveres de 53 niñas de entre 8 y 12 años de edad. Ya no hubo dudas.
 Más aún: según un alto funcionario del Sistema Penitenciario ecuatoriano, 
excederían de 400 los crímenes cometidos por el llamado 
“Monstruo de los Andes”. La Justicia de Ecuador lo condenó a reclusión 
perpetua.
 Y aun le aguardan juicios y sentencias seguramente similares en 
Perú y Colombia... 
En un reportaje que en 1999 concedió en la cárcel al periodista 
estadounidense Ron Laytner, Pedro Alonso López dio detalles 
escalofriantes de su vesanía:
 “Me sentía satisfecho con un asesinato si lograba ver los ojos de la víctima.
 Había un momento divino cuando ponía mis manos alrededor del cuello 
de las niñas y observaba cómo se iba apagando la luz de sus ojos. 
El instante de la muerte es terriblemente excitante. Una niña necesita 
unos 15 minutos para morir”. Y proclamó orgullosamente: 
“Soy el hombre del siglo. Nadie podrá olvidarme”. 

ED GEIN:

Famoso asesino tejano que mató y despellejó a más de treinta personas, 
en la década de 1950, con el fin de transformarse en mujer con la piel de 
sus víctimas.

JEFFREY DAHMER:

"El Carnicero de Milwaukee": un joven homosexual nacido en la
parte más represiva de EEUU, asocial y aficionado a abrir 
cadáveres de animales. Llegó a cometer en su vida adulta unos 
25 asesinatos de chicos jóvenes, con los que ligaba en bares gay, 
para poder abusar de sus cadáveres.


 FRED Y ROSE WEST:

Violaron y mataron a más de 12 chicas a las que enterraba en su jardín. 

Fred sufrió abusos de su madre y él a su vez violó a su hermana. Rose se 

acostaba con negros, siendo filmada por Fred.

 HENRY LEE LUCAS:

 Su madre fue una de sus primeras víctimas. Violaba ovejas y perros, 

y desde el primer momento relacionó el sexo con la muerte 

(al eyacular rajaba el cuello al animal). Era amigo íntimo (y amante) 

de Ottis Toole. Confesó haber matado a unas 902 personas, 

aunque esta cifra no está confirmada.